jueves, 22 de noviembre de 2018

HORACIO BENAVIDES, ARREANDO SUEÑOS

Ilustración de portada: Carmen Herrera
Soy un viejo lector de la poesía colombiana, de cuyas corrientes, estilos e inclasificables figuras ha dado amplia cuenta Palimpsesto en muchos de sus números y libros de la colección, al punto de ser Colombia el país con más presencia en la revista. Pese a tan familiar trato, uno a veces no advierte ciertas obras señeras, que solo al cabo del tiempo al fin descubre, extrañado de no haberse fijado antes en ellas. Este es mi caso con Horacio Benavides, a quien he empezado a leer ahora, con entusiasta aprecio, por mucho que uno de sus principales veneros literarios ―al menos en el ámbito de su inmediata tradición― sea la poesía de José Manuel Arango, tan cercana a mí. Con ella, la de Benavides comparte la actitud contemplativa, un fino erotismo, la sobriedad verbal y la capacidad de sugerencia, la cual nuestro poeta define, según refiere a Robinson Quintero Ossa, de este gráfico modo: «un poema debe ser como una nadadora de la que solo se ve su cabeza; el resto, el cuerpo sumergido, lo construye el que mira»[1].
      Sin embargo, a diferencia de los rasgos analíticos e incluso dialécticos de la escritura de Arango, los primordiales resortes de Benavides son emotivos. Prueba del predominio del sentimiento sobre la razón es la fidelidad a su infancia, transcurrida en Bolívar, municipio de la región del Cauca, al sur del país, en cuyos viejos caminos se cruzaron antaño los incas con los españoles. Su ascendencia indígena y su educación rural en la finca de su padre, cultivador de café, dotaron al poeta de una aguda sensibilidad mestiza, tocada de compasivo estoicismo, rica en costumbres y experiencias ancestrales, que le permitieron formar parte de la naturaleza que le rodeaba de niño, o sea, vivirla desde dentro. De esta temprana integración en el mundo natural y su posterior desarraigo nace la poesía de Horacio Benavides.
      Escrita ya en Cali, lejos de su paraíso primigenio, la memoria lo devuelve a su infancia con tal fuerza que en sus poemas el tiempo no parece haber pasado. Ajenos al curso de las horas, late en ellos un presente trascendido en el que la realidad diaria se abre a incitaciones imaginativas de carácter mítico. Así, animales como el cerdo, el gato, la vaca, las hormigas, los bueyes o, sobre todo, el caballo adoptan en este mundo poético cualidades humanas o se revisten de un halo legendario. De ahí la recurrencia a mitos grecolatinos, bíblicos o prehispánicos, mediante los cuales se vislumbra lo desconocido y se intuyen sus oscuros mensajes.
      Basada en la brevedad ―con versos irregulares, normalmente de arte menor― y en ágiles transiciones metafóricas para evitar cualquier tentativa de discurso, esta poesía, alusiva y elusiva a la vez, posee una transparencia misteriosa que, más que recordar, parece estar soñando. Pero inconforme con esta dimensión onírica, movido por su empeño de volver a vivir la realidad de entonces, el poeta escribe:

Te traigo tu mula, padre
[…]
Pasa la mano por su lomo
échale el peso de tu carga
no me hagas dudar, padre

No me digas que arreo sueños

      Se diría que, sabiendo su condición de soñador, no quisiera en última instancia despertarse. En el fondo, esta apariencia de vida acentúa la sensación de irreparable pérdida.
      Sin salirse de esta atmósfera fantasmal, transposición lírica del trasmundo de Juan Rulfo, Benavides aborda en Conversación a oscuras la violencia criminal y sistemática que ha martirizado a Colombia durante el último medio siglo y de la que fue víctima su hermano Javier. Poemas en que, desde múltiples perspectivas, los muertos expresan de viva voz sus escalofriantes historias o su definitivo desamparo, a través de recursos narrativos como el monólogo, el diálogo, el uso de nombres propios y cierto desarrollo de la anécdota, no exenta de detalles íntimos, que potencian más si cabe la concreta humanidad de los ausentes al situarlos en su entorno, con sus circunstancias, deseos o planes incumplidos. Se trata, pues, de un alucinante conjunto de pesadillas sublimadas, cuya estructura ―en la que el verso, acorde con un ritmo más coloquial, se alarga y se distiende― nos remite hasta cierto punto a los epitafios interconectados de Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters, aunque el tono y la intención de este resulten muy distintos a los del poeta colombiano.
      Pese a su recato expresivo, la obra de Horacio Benavides ―donde presencia y ausencia se funden en un mismo plano intemporal― es de una delicada sensualidad plástica, casi táctil, gracias a sus precisas descripciones, repartidas estratégicamente en el poema hasta crear una suerte de realidad compleja. Esta impresión material, al contrastar con su carácter fantasmagórico, muestra, como señaló Octavio Paz, que la poesía no busca la inmortalidad, sino la resurrección.

Francisco José Cruz


[1] Robinson Quintero Ossa, «El oscuro sobretodo del poeta», en 13 entrevistas a 13 poemas colombianos [y una conversación imaginaria] (Letra a Letra, Bogotá, 2014).
_____________
Prólogo a Migajas de la boca del tiempo de Horacio Benavides (selección de Francisco José Cruz, Col. Palimpsesto, Carmona, 2018).

viernes, 20 de julio de 2018

En el CEIP "JUAN XXIII" de Sevilla

El 10 de mayo de 2018, con motivo de la Feria del Libro, Fran Cruz tuvo un encuentro con los alumnos de quinto y sexto de primaria del CEIP sevillano "Juan XXIII", en tres secciones consecutivas, donde conversó con ellos y les leyó algunos poemas suyos. Los niños estuvieron muy participativos, curiosos y atentos. Se creó un ambiente muy entrañable gracias también a la generosidad de la maestra y jefa de estudio del centro, Encarnita Cruz Gallardo, prima del poeta, mujer sensible y receptiva.
Fran Cruz, esperando a los niños en la Biblioteca

Encarnita Cruz Gallardo presenta al poeta


Fran Cruz comenta y recita su poema "En bicicleta"

Fran Cruz lee su poema "Con mi hija"
Fran y Chari, rodeados de los alumnos de primaria.
Fran muestra a un alumno una página en braille
Fran comenta y recita su poema "Canción"
Un alumno, en su nombre y en el de sus compañeros entrega a Fran Cruz un ramillete de verduras del huerto del colegio.

CEIP "Juan XXIII" de Sevilla, 10 de mayo de 2018.

martes, 5 de junio de 2018

PALIMPSESTO 33. Lectura de Alonso Ruiz Rosas

Palimpsesto. Revista de creación
PALIMPSESTO 33. Contenido
Alonso Ruiz Rosas, Juan Ávila (alcalde de Carmona) y Fran Cruz. ©Fernando Romero
                                                                                                       ©Fernando Romero

VÍDEO:



PALIMPSESTO 33
                 
      Dedico este acto al poeta mexicano Antonio Deltoro, entrañable amigo, quien además de colaborar frecuentemente en Palimpsesto, nos ha facilitado el contacto con otros autores que han enriquecido nuestra revista. Él ha visitado a título privado varias veces Carmona, pero nunca ha leído en nuestra ciudad. Sufrió en el mes de febrero una terrible caída, de la que ojalá pueda recuperarse algún día.

                                                                                                  ©Fernando Romero
Con el nº 33, Palimpsesto, junto a su colección de libros, cumple veintiocho años de existencia ininterrumpida, durante los cuales ―como es fácil de imaginar― ha habido vicisitudes de toda laya, favorables y adversas que, además de influir en nuestro modo de trabajo, han delimitado las posibilidades reales a la hora de planear los contenidos. Uno de los escollos a superar para una revista sin ánimo de lucro estriba en los derechos de autor, que a veces exigen laboriosos esfuerzos para obtenerlo, como ha sido el caso de dos importantes colaboraciones que aparecen en estas páginas. Ante tales dificultades, apelamos a la generosidad de los autores, a la de sus herederos o, en última instancia, a sus agentes. Pero, sobre todo, según nuestra experiencia, son la factura y el bagaje de Palimpsesto los que terminan convenciendo a quienes, en principio, por cualquier razón o sinrazón eran reacios a publicar en ella.
     Entrando ya en materia literaria, escribe Borges en el prólogo a una antología de Leopoldo Lugones que «un poeta no solo es un artífice, un hacedor, sino también un hombre que siente con intensidad y complejidad». La frase nos recuerda ―cosa que nuestra época suele olvidar― que el valor estético de un texto depende tanto de su destreza técnica como de su verdad humana. Si la intensidad y la complejidad deben considerarse, en mayor o menor medida, cualidades intrínsecas de las obras artísticas, son especialmente notorias, dados su carácter y circunstancias personales, en los poemas que aquí se traducen de la neozelandesa Janet Frame y el ruso Sergéi Esenin. De este, con quien se abre la revista, publicamos el extenso poema «Hombre negro», escrito meses antes de ahorcarse en el hotel Inglaterra de la entonces Leningrado, hoy San Petersburgo, a los 30 años de edad, en 1925. En torno a esos punzantes versos, imbuidos de remordimientos y delirantes visiones premonitorias, los escritores colombianos Robinson Quintero Ossa y Jorge Bustamante mantienen un dinámico y penetrante diálogo epistolar ―un formidable ensayo a dos voces― sobre la excéntrica figura de Esenin, relacionando su deslumbrante poesía con su vertiginosa y desquiciada vida por culpa del alcohol, el acoso político de los bolcheviques y el tormentoso romance con la bailarina Isadora Duncan.
      Janet Frame (1924-2004) es un ejemplo palmario de la utilidad de la función creativa, al punto de que puede afirmarse que el ejercicio de la literatura la salvó de la miseria y de la enfermedad, como bien se desprende de sus memorias Un ángel en mi mesa, llevadas al cine por la directora Jane Campion. Debido a un erróneo diagnóstico de esquizofrenia, ingresó en su adolescencia en varios psiquiátricos. Estando en uno de ellos, ganó un prestigioso concurso de relato de su país, hecho que modificó el criterio de sus médicos y la libró de una segura lobotomía que la hubiera mermado para siempre. Reconocida internacionalmente por sus cuentos y novelas, cuyos discapacitados e inadaptados protagonistas son un trasunto de su experiencia vital, su poesía ―que solo al publicarse tras su muerte empieza ahora a ser apreciada― expresa ese mismo desamparo de un ser solitario y vulnerable mediante cierta dislocación sensorial e insólitas asociaciones de imágenes, que sitúan a los versos de Frame al margen de los cánones clásicos de la lengua inglesa. De ella damos a conocer aquí quince poemas, vertidos al español por varias traductoras, precedidos de un orientador prólogo de Nair Anaya y abrochados con un texto crítico de la poeta mexicana Blanca Luz Pulido.
      A diferencia de la poesía de la escritora neozelandesa, la del argentino Conrado Nalé Roxlo (1898-1971) se enmarca de lleno en la tradición más clásica española. Amigo de Federico García Lorca, al que le dedica una elegía, recogemos aquí una representativa muestra de sus tres libros de poemas, acompañada de la impecable introducción de su compatriota, Antonio Requeni, quien destaca en sus versos la sugestión emotiva, el humor, la claridad y el misterio en un aire de fresco lirismo.
      A estos tres bloques principales, se suman poemas del español José Iniesta, la hispano-mexicana Carmen Nozal ―ambos nacidos en la década de los 60’ del siglo pasado― y de la jovencísima mexicana, de origen mixteco, Nadia López García, poetas tan distintos entre sí como intensos y auténticos en sus búsquedas creadoras.
      Se cierra el número con un entrañable homenaje al maestro venezolano Eugenio Montejo, con motivo del décimo aniversario de su muerte y de los ochenta de su nacimiento. Para conmemorarlo, evocan su vida y su obra el profesor inglés Nicholas Roberts, la librera Katyna Henríquez Consalvi y el ensayista Rafael Castillo Zapata, a cuyos testimonios se añaden dos inquietantes poemas de Montejo, afines a estas efemérides.
      Las ilustraciones en esta ocasión pertenecen al fotógrafo italiano Ferdinando Scianna (Sicilia, 1943), a quien Henri Cartier-Bresson le abrió las puertas de la prestigiosa Agencia Magnum en 1982, hecho capital en su trayectoria, que le permitió viajar por medio mundo y ampliar su horizonte profesional, alternando desde entonces el fotoperiodismo con la publicidad y la moda. En sus imágenes resaltan las fuerzas de los rostros y la calidad de los contrastes. Considerado uno de los fotógrafos más importantes del último medio siglo, sus estrechos vínculos con algunos escritores ―a los cuales ha retratado, como a Borges― le han permitido desarrollar un valioso pensamiento teórico que cuestiona la condición artística de la fotografía para devolverla a su función original de documento y testimonio. En 1983, Scianna vino a Carmona para cubrir el rodaje de la película Carmen, dirigida por Francesco Rosi, de la que es testigo la portada de nuestra revista. A partir de entonces, ha visitado varias veces la ciudad a título privado. Frutos de sus estancias durante la década de los ochenta son, entre otras muchas, las fotografías que ilustran este número de Palimpsesto. Ellas muestran, según sus propias palabras, «mi enamoramiento por España, sobre todo por el sur, tan afín a Sicilia. Hay algo en Andalucía que me hace sentirme en casa».
      El libro de nuestra colección está dedicado al poeta colombiano Horacio Benavides (1949), de quien publicamos la primera antología de su obra en España, Migajas de la boca del tiempo, y, según él mismo reconoce, la más completa de las suyas hasta le fecha, al incluir, además de poemas de todos sus libros, un delicioso ramillete de sus tres volúmenes de adivinanzas, inspiradas en los talleres que ha dado a los niños. Su poesía, alusiva y elusiva a la vez, rescata gracias a la fuerza del recuerdo, así sea de manera fugaz e ilusoria, la plenitud de una infancia en comunión con la naturaleza. De ahí la constante presencia de los animales en este mundo poético, donde, debido a su concepción sagrada de todo, mitos grecolatinos y precolombinos nutren la sensibilidad mestiza de Benavides, en cuyos versos, concentrados y breves, hablan también en primera persona, al modo de las sombras de Juan Rulfo, las víctimas indefensas de la violencia criminal y sistemática que ha martirizado a Colombia durante el último medio siglo, refiriendo sus historias como si no se dieran cuenta de que están muertas. Estamos, pues, ante una obra poética misteriosa y sutil de primer orden, que empieza por fin a darse a conocer en nuestros lares.
                                                                                                     ©Fernando Romero
                                                                                                      ©Fernando Romero

EL POETA ALONSO RUIZ ROSAS

Alonso Ruiz Rosas leyendo sus versos en Carmona
Desde que conocí a Alonso Ruiz Rosas en mayo de 2015, durante un homenaje dedicado a su compatriota Carlos Germán Belli en la capital de España, he tenido más trato con sus versos que con su persona, aunque estas dos jornadas que hemos compartido juntos, paseando por Carmona, me ha permitido estrechar algo más los lazos afectivos con él. Ya en aquellos gratos días madrileños conversamos muy poco, pero tuve la impresión de estar ante un hombre afable, recatado y de avispada discreción, que no deja entrever siquiera al poeta expansivo, agónico y visceral que lleva dentro. Pese a ello, la cordialidad del ambiente nos animó a intercambiar algunos libros. Empecé a leer su poesía con creciente y entusiasta admiración, cuyo insólito despliegue formal y temático, siempre en tenso diálogo con las diversas herencias artísticas que la nutren, hace de él un poeta tentacular, embargado por un primigenio sentimiento de derrota donde la ironía y la compasión se entrelazan ante el destino trágico del ser humano. Los estragos del tiempo, los desvaríos del poder, los derroches del lujo, el amor, el arte y, en definitiva, la inevitable mudanza de todo conforman una visión del mundo que se reconoce en las constantes referencias mitológicas, históricas y religiosas –procedentes de culturas de ayer y de hoy–, las cuales, lejos de ser elementos decorativos, superpuestos al curso del poema, se integran en él como parte de la realidad más cotidiana hasta reflejar, al modo de incisivos espejos, la grandeza y la miseria de nuestra especie. Una y otra generan un doble movimiento contradictorio: la tentación de la trascendencia y la caída en el barro. En esta irresoluble tensión entre lo celeste y lo terrestre, el espíritu y la materia, el pensamiento y el instinto, se encuentra suspendido el hombre, única criatura desconcertada y radicalmente insatisfecha. Como consecuencia de ello, la poesía de Ruiz Rosas expresa, con todos los recursos a su alcance, una insaciable inconformidad emotiva, cercana al lúcido desahogo que explora sin remilgos las pulsiones primordiales de la existencia.
      Acorde con su afán abarcador, la técnica compositiva más peculiar y dominante de esta obra estriba en la acumulación de materiales de muy diversos campos y épocas en un mismo discurso poético, donde cierto tono elevado e incluso anacrónico a veces, es sutilmente rebajado por un fino humor. A esta operación aglutinante, orquestada sobre expansivas numeraciones y profusas imágenes, contribuye el recurso, habitual en Ruiz Rosas, de insertar versos ajenos entre los suyos, con un sentido distinto o idéntico, según los casos, al que tienen en sus obras originales. Se diría que la gran tradición poética peruana y, por ende, hispánica, tan rica de matices y de acentos, se concentra en este proteico estilo en el que todo parece posible de ser reciclado por una aguda conciencia del desgaste creativo, gracias a la cual, paradójicamente, brota una vigorosa planta renovadora en pos de un vasto mundo propio.
      El pasado nº 31 de Palimpsesto, aparecido en 2016, se abre con una selección de sus poemas, seguida de una entrevista en la que, entre otras muchas cosas, confiesa que «la poesía busca conectar las soledades de los individuos y conectar al pobre ser mortal con el universo inmortal o inabarcable y en eso se acerca mucho a lo religioso. Mis poemas tienen también algo de plegarias». .
      Con ustedes, Alonso Ruiz Rosas.
Chari Acal, Fran Cruz, Juan Ávila, Alonso Ruiz Rosas y Juliana Bouroncle  
                                                                                                              ©Fernando Romero 
                                                                                                     ©Fernando Romero
Inmaculada Lergo, Chari Acal, Fran Cruz, Alonso Ruiz Rosas, Juliana Bouroncle, Carmen Herrera (diseñadora de Palimpsesto) y José Mª Sousa (técnico de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla)
Antonio Calvo Laula, Alonso Ruiz Rosas y Chari Acal  ©Fernando Romero
Juliana Bouroncle, Inmaculada Lergo, Fran Cruz, Francisco Hidalgo (director de Olavide en Carmona), M Carmen Fernández, Chari Acal, María Ávila, Isabel Pulido, Alonso Ruiz Rosas y Antonio C. Laula.
Celebrando en el restaurante del Museo de la Ciudad con unos amigos, fieles lectores de Palimpsesto, la noche de Alonso Ruiz Rosas. 

http://carmonaparadise.com/palimpsesto-una-joya-literaria-desde-carmona-para-el-mundo/#.WxVR1I7zjOg.facebook

http://carmonaparadise.com/retrospectiva-de-palimsesto-en-la-biblioteca-de-carmona/

http://www.gatropolis.com/literatura/noticias-lit/la-revista-palimpsesto-decadas-poesia/

http://sevilla.abc.es/provincia/sevi-revista-literaria-palimpsesto-carmona-suma-28-anos-aunando-poesia-hispanoamericana-y-europea-201805241428_noticia.html

http://franciscojosecruz.blogspot.com/2016/07/alonso-ruiz-rosas-poeta-tentacular.html

Casa Palacio del Marqués de las Torres, Museo de la Ciudad de Carmona, 1 de junio de 2018 

viernes, 26 de enero de 2018

A LA LUZ DE JOSÉ INIESTA



En mi ya dilatada entrega a los menesteres poéticos, como sucede en cualquier orden de la vida, hay personas que, en distintos momentos y situaciones, han contribuido decisivamente al cabal desarrollo de mi vocación. Una de ellas, sin género de dudas, es José Iniesta, a quien conocí a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado en los encuentros que el Áula de Poesía y Pensamiento María Zambrano de la Universidad hispalense organizó en los aledaños del monasterio de La Rábida. En este idílico paraje, de inevitables resonancias colombinas, jóvenes aspirantes a poetas o a narradores convivimos durante una semana con autores ya maduros de las dos orillas del Atlántico. Aquellos días, tan propicios al fogoso intercambio de ideas, lecturas, opiniones e, incluso, escarceos eróticos, me regalaron experiencias muy reconfortantes. Pero el hecho que los hace únicos fue el nacimiento de nuestra amistad. Amén de la inmediata empatía que surgió entre ambos, nos unió más, si cabe, la mutua admiración por nuestros versos. Los dos, entonces, habíamos publicado un librito, aunque yo, al menos, estaba ya arrepentido del mío, con cuyo trasnochado surrealismo, de estirpe aleixandrina, no me identificaba en absoluto. Su generosa aprobación de mis nuevos poemas ―ahora en la órbita de Rilke y Leopardi, fervores que compartíamos― reforzó mi autoestima y, gracias a su empeño, logró que se editaran en la colección Ardeas de Sagunto, con el título de Bajo el velar del tiempo, en 1987. A partir de esta fecha ―quizá debido a cierta dejadez por mi parte, en mi afanosa búsqueda de un mundo propio, que tardé muchos años en encontrar―, hemos estado juntos pocas veces. Pese a ello, nunca olvidé su incondicional afecto, su conversación inteligente ni sus recomendaciones de lector adelantado, como las traducciones de Vicente Gaos, la poesía de Francisco de Aldana o la de César Simón, a quien pertenece este verso que, a mi juicio, define la actitud creadora de José Iniesta: «estar aquí sentado es suficiente».
     

      En efecto, El eje de la luz, recién aparecido en la editorial Renacimiento, persevera, dentro de un personal tono meditativo, en su visión contemplativa de la naturaleza, motivo y símbolo a la par de estos poemas, en los que la dolorosa conciencia de la fugacidad se apacigua en una íntima aceptación de la vida tal como es hasta ser del presente un fluido remanso:

me basta con sentarme y asentir
en este patio mío donde el sol
resplandece en un muro que se agrieta

      Al reducir al mínimo la anécdota a favor de estados anímicos, de una manera de mirarse en lo mirado, estos poemas de José Iniesta, sin desviarse de su centro semántico, o sea, de su sentido principal, despliegan irradiaciones efusivas que nos envuelven con sus capas de liviana realidad. Así, las reiteradas fórmulas exclamativas e interrogativas contagian una suerte de absorta plenitud donde el instante a la vez se esfuma y permanece en los efluvios de la luz diaria, luz ya interiorizada del poeta que alcanza su máxima proyección en el amor a su hijos y a su mujer hasta trascenderse en ellos desde un silencio lleno de semillas: «¡qué hondo es existir cuando callamos!».
      Quietud y movimiento entrelazados conforman el eje paradójico de esta obra, siempre fiel a la alternancia de endecasílabos y heptasílabos sueltos, cuyo vigor expresivo, de trazas clásicas, al contrastar con la sutil delicadeza de imágenes o emociones, reproduce ese efecto vivificador de perplejo asentimiento, tan propio de este autor.
      Poesía, en fin, de densa transparencia, que nos invita a estar para ser, sin esperar nada a cambio. Por esto, «cantar es la manera / de encender una luz / en la cueva profunda de la carne.
      Bienvenido, poeta, a Sevilla.
Francisco José Cruz

                                                                              ©Edda Armas
Fran Cruz, la poeta venezolana Edda Armas y José Iniesta 
                                                       ©Jimena Ríos Armas
José Iniesta, Fran Cruz y Chari Acal 
                                                                    ©Jimena Ríos Armas




©Fotos: Chari Acal
Librería Caótica, Sevilla, 24 de enero de 2018.

jueves, 18 de enero de 2018

RUMIANTES Y FIERAS de ANTONIO DELTORO

Rumiantes y fieras persevera y amplía a la vez los temas y tonos más propios de la poesía de Antonio Deltoro. Ya el binomio del título, formado por términos hasta cierto punto opuestos, anuncia un conflictivo juego de contradicciones que afecta a todos los niveles de la existencia, tanto físicos como morales. Así, este conjunto de poemas, sin dejar de ser fiel a la compleja intimidad de su autor, oscila entre el microcosmo y el macrocosmo, el mundo doméstico y el salvaje, el abandono de un contemplativo y la actitud incisiva de un penetrante observador, la apariencia inofensiva y la implacable realidad de la naturaleza, en cuya vertiginosa cadena de vidas y de muertes, todos los seres ―por ínfimos o enormes que sean― resultan víctimas y verdugos de alguien.
      Ante este inevitable panorama, los fluctuantes versos de arte menor ―con su agilidad escurridiza, donde rasgos líricos se unen a los narrativos, la imagen a la anécdota― favorecen la visión dinámica, abierta e inconformista de esta poesía, que siempre trata de ponerse en el lugar del otro, de lo otro, lo animado y lo inanimado, a veces para humanizarlos, a veces para deshumanizarse.
      Antonio Deltoro, que «quisiera fundar una religión de agradecidos», reconcilia en su espirítu creador la cordialidad machadiana y la abismada lucidez de Octavio Paz, hasta componer una de las obras más hondas y personales de las últimas décadas.

FRANCISCO JOSÉ CRUZ

Texto de contraportada a Rumiantes y fieras de Antonio Deltoro (Editorial Era, México, 2017)

martes, 9 de enero de 2018

ENTREVISTA A FRANCISCO JOSÉ CRUZ................ Por Patricia del Zapatero

Su relación con la poesía no es sólo una vocación, sino una pasión que como Francisco José Cruz reconoce le ha moldeado como persona y se ha convertido en una manera de vivir: “ha hecho de mí quien soy, dotándome de la sensibilidad y lucidez suficientes para desenvolverme en la vida sin complejos y con la plenitud que las circunstancias lo permiten”, según sus propias palabras. Desde que en 1984 publicara su primer trabajo, Prehistoria de los ángeles, su producción literaria no ha parado, mostrando una gran inquietud por transmitir los valores artísticos desde distintos foros.

Desde 1984, año en que publicó Prehistoria de los ángeles (Premio Barro de Poesía, Sevilla), su actividad poética ha ido creciendo de manera constante. ¿Podría explicarnos para Gatrópolis el significado de la poesía en su vida?

La poesía, ni más ni menos, ha hecho de mí quien soy, dotándome de la sensibilidad y lucidez suficientes para desenvolverme en la vida sin complejos y con la plenitud que las circunstancias lo permiten. La poesía alivia el radical sinsentido de todo y, gracias a ella, encontré a Chari, mi mujer, faro de mis días y de mi escritura. Después de treinta años juntos, los dos hemos creado un mundo tan nuestro, que tengo la íntima impresión de que es ella quien me dicta mis versos. Mi poema «Desde entonces» trata de expresar tal compenetración. Sus dos primeras estrofas rezan así:

Como leemos juntos
desde hace tanto tiempo,
ya tu voz son mis ojos
y al oírte hasta veo
los espacios en blanco
y la pausa final de cada verso.

Así, de línea en línea,
como en lúcido sueño,
nos fundimos en uno
durante todo el texto
hasta oírme en tu voz
y tú callarte en mi absorto silencio.


Cuando salió a la luz la mencionada obra, Prehistoria de los ángeles, usted tendría sobre unos 22 años. ¿La manera de concebirse la poesía varía con la experiencia vital?

En mi caso, sin duda, ha variado muchísimo, desde que empecé a componer versos hasta hoy. En mis inicios, me limité a imitar a mis poetas preferidos del momento y tardé bastantes años en descubrir mi tono, mi visión de las cosas y, por ende, la manera más personal de expresarlo, en la medida, naturalmente, en que haya sido capaz de conseguirlo. Por esto, no me identifico en absoluto con mis dos primeros libros, a los que considero meros ejercicios poéticos, necesarios quizá para mi lenta madurez. ¡Qué importante son la paciencia y la autocrítica a la hora de publicar.

¿Sobre qué bases se asienta la poesía de Francisco José Cruz? ¿Cuáles han sido sus influencias?

Yo trato, al hacer mis versos, de no engañarme a mí mismo, de afrontar sin tapujos mis temores, mis emociones más recónditas ―que son en el fondo los de cualquier ser humano― y expresarlos con el mayor cuidado posible, sin alardes ni adornos, con tal de que la forma del poema favorezca su placer y entendimiento. Mis influencias, pues, van unidas a este propósito de desnudez y claridad, aunque a lo largo de tantos años, uno no es consciente de todas ellas, sin las cuales, siempre que sean bien asumidas, sería imposible crear nada personal. Para sentir mi propia voz, o sea, reconocerme en lo que escribo, me han ayudado autores muy distintos entre sí, como Carlos Germán Belli, Eugenio Montejo, José Manuel Arango, Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado, Miguel Hernández, Wislawa Szymborska o Mario Vargas Llosa, además de la poesía tradicional del Romancero, la copla flamenca y la antigua lírica griega, en las versiones de Carlos García Gual, junto a tantas otras lecturas de dispares materias, no exactamente poéticas.

Es sabida su afinidad hacia la poesía latinoamericana. ¿A qué obedece esa admiración, si se puede definir de esa manera?

El interés por la poesía hispanoamericana lo suscitó mi disgusto por cómo, salvo excepciones, escribían los poetas españoles de mi juventud. Yo necesitaba ya entonces ampliar mi horizonte de lector y, para ello, nada más lógico que leer a los poetas de mi lengua allende el Atlántico que, en términos estadísticos, suponen el noventa por ciento de los creadores en castellano. Naturalmente, dentro de tal cantidad de obras, de estilos tan distintos, no todas me resultan admirables.

En 1990 fundó la revista Palimpsesto, «especialmente atenta a la poesía hispanoamericana», de la que sigue siendo su director. ¿Cómo surgió ese deseo? ¿Qué intenta transmitir al ámbito literario?

A finales de los años 80’ y comienzo de los 90’ del siglo pasado, las editoriales españolas no publicaban con asiduidad a poetas hispanoamericanos. Así que la única manera de acercarme a ellos fue crear, junto a Chari, la revista, con su colección de libros Palimpsesto, que, después de casi tres décadas de existencia ininterrumpida, gracias al exclusivo patrocinio del Ayuntamiento de Carmona, ha ido abriendo a sus lectores, número a número, el riquísimo panorama de las diversas tradiciones poéticas trasatlántica. Ahora que los editores españoles prestan más atención a los poetas hispanoamericanos, nosotros estamos pendientes, sobre todo, de aquellos no difundidos aún por estos lares y cuyas obras merecen, sin duda, ser conocidas. Pero Palimpsesto no solo se ocupa de autores de nuestra lengua, escriban donde escriban, sino también de otros muchos idiomas, orientales y occidentales, que con el trabajo de avezados traductores, hemos sacado a la luz en nuestras páginas.

También es el fundador de la Casa de los Poetas de Sevilla, ¿en qué consiste este proyecto?

La Casa de los Poetas de Sevilla se quedó en un efímero proyecto por culpa de la mezquindad de ciertos políticos que, pese a apoyarlo públicamente a bombo y platillo, no creyeron en él y, por tanto, no lo dotaron nunca de los mínimos medios necesarios para desarrollarse. Me pidió que lo creara el poeta Juan Carlos Marset, por entonces delegado de Cultura del Ayuntamiento hispalense. Bajo su mandato, para difundir la filosofía de la Casa, dirigí, entre febrero de 2005 y octubre de 2006, tres encuentros con prestigiosos poetas de ambos lados del Atlántico, los cuales compartieron ponencias y lecturas con poetas locales. Si no estoy equivocado, no ha habido en esta ciudad un elenco de autores tan relevantes y significativos desde el ya histórico homenaje a Góngora en el Ateneo por miembros de la Generación del 27. Inspirada en consolidadas instituciones como la Casa de Poesía Silva en Bogotá o la Casa del Poeta Ramón López Velarde, en México, la de los Poetas de Sevilla pretendía, además de organizar actividades propias de su materia y relacionar la poesía con otras manifestaciones estéticas o científicas, ofrecer en sus dependencias ―ubicada, según lo previsto, en el Convento de Santa Clara― un completo servicio de mediateca y librería al alcance de todos, que con el tiempo se convirtiera en una referencia documental del ámbito hispanohablante. En resumidas cuentas, la idea motriz de la Casa de los Poetas ―cuya sola presencia hubiera supuesto un implícito reconocimiento a la vieja tradición poética sevillana, desde la edad media hasta hoy― era fomentar el contacto de unos creadores con otros y de estos con los lectores u oyentes, hasta hacer de Sevilla un puente poético entre España y América, como lo fue antaño en tantos órdenes de la vida.

Llama la atención la curiosa relación epistolar que mantuvo con el poeta colombiano José Manuel Arango. ¿Le importaría explicársela a los lectores de Gatrópolis?

Debido a mi ya dilatada entrega a la poesía, he mantenido, desde mis inicios, una fructífera y abundante correspondencia con poetas de generaciones y países distintos, como fue el caso de José Manuel Arango, de quien Palimpsesto publicó en su colección de libros su primera antología poética en España, titulada La sombra de la mano en el muro (Carmona, 2002). Este hecho originó un breve intercambio epistolar hasta su muerte fulminante, en el que se percibe mi entusiasmo por la sugerente sobriedad de sus versos, a la vez callados y expresivos, y la receptiva modestia del maestro colombiano.

Actualmente es asesor literario de la Biblioteca Sibila-Fundación BBVA de Poesía en Español. ¿Podría explicarnos qué fines se buscan desde ese cargo de responsabilidad?

La Biblioteca Sibila, patrocinada por la Fundación BBVA y dirigida por Juan Carlos Marset, ha publicado hasta la fecha 37 títulos, distribuidos en cinco colecciones: poesía completa, antología, ensayos, libros históricos e inéditos. Su propósito, guiado por la exigencia y amplitud de miras, es llamar la atención sobre significativas obras poéticas de la lengua pertenecientes a todas las épocas, muchas de ellas, aparecidas por primera vez en España. Mi tarea en la Biblioteca consiste, pues, tanto en recomendar como en gestionar la edición de esas obras. Esta misma labor, en calidad de miembros de su consejo editorial, la desempeñamos ahora Chari y yo en la revista Sibila, que en sus más de veinte años de existencia ha editado ya 53 números, donde la literatura convive con la música y el arte contemporáneos.

¿Qué lugar cree que la literatura, y la poesía, en concreto, ocupa en la sociedad del siglo XXI?

Con los matices que distinguen a unos periodos históricos de otros, creo que la poesía, al menos en su expresión más elevada, ocupa el insignificante lugar de siempre. Sin embargo, quizá en su condición marginal, paradójicamente, arraigue su razón de ser, como un árbol invisible para casi todo el mundo, cuyos jugosos frutos siguen siendo indispensable alimento de unos pocos. Así pues, algo guarda la poesía, fundamental para el ser humano, cuando se mantiene viva desde tiempos remotos. Y, ante tantas evasivas y alienantes distracciones de la cultura de masas, nos recuerda nuestra fragilidad a la vez que nos consuela de ella.

¿Cuál es el momento que vive la poesía en la actualidad?

A ciencia cierta lo desconozco. En cualquier caso, sería pretencioso por mi parte aventurar un diagnóstico sobre un fenómeno tan abarcador, en el que intervienen cuestiones muy complejas de diversa índole, como el cambio de gusto o criterio estético de una época a otra y el facilismo cibernético, por el que uno puede publicar lo primero que se le ocurra, sin filtro alguno. El estado actual de la poesía lo aclarará el paso del tiempo. De todos modos, siempre he creído que la poesía perdurable, la que toca nuestras fibras últimas, no es mucha, aunque sí suficiente para pasar de mano en mano su antorcha encendida a través de los siglos.

¿En España se cuida a la literatura? ¿Cree que existe interés en difundir sus valores a los jóvenes?

Según estudios estadísticos, España es uno de los países que más libros edita al año, a pesar de su escasa demanda. No me explico bien esta contradicción, aunque sí estoy convencido de que las constantes campañas de lectura, llevadas a cabo por las instituciones pública, no la resuelven. La falta de lectores es lógica consecuencia de un sistema educativo que ha dejado de creer en los esenciales beneficios de las humanidades, cada vez más arrinconadas en sus programas. La poesía se enseña mal, sin el debido detenimiento para relacionar unas obras con otras e interpretar sus recursos formales, que poco a poco hasta los profesores olvidan.


¿Podría hacer una semblanza de su trayectoria literaria?

En la medida en que puedo distanciarme de mí mismo, veo mi trayectoria como una discreta tentativa de ordenar mis desconciertos e incertidumbres existenciales con la aguda conciencia de que si algo de ellos se trasluce en mis versos es gracias a mi concepción artesanal del lenguaje poético, donde todos los elementos expresivos deben estar al servicio de lo que se pretende decir. A veces, la impericia técnica nos lleva a escribir incluso lo contrario de lo deseado o nos aboca a la estéril confusión.

 Para terminar, ¿tiene previsto publicar una nueva obra en breve?

Está a punto de aparecer en la editorial colombiana GAMAR, mi primer libro de ensayos, titulado Palabra de lector, en el que recopilo algunos textos críticos sobre poetas de ambos lados del Atlántico, incluyendo, por derecho propio, a esos admirables creadores anónimos de coplas flamencas.



Publicada en Gatrópolis, revista cultural (Sevilla, 8 de enero de 2018)