viernes, 13 de junio de 2014

PALIMPSESTO 29. ANTONIO DECHENT en el monólogo LA VOZ HUMANA de Jean Cocteau

Chari Acal, Antonio Dechent y Francisco José Cruz en el vestíbulo del Teatro Cerezo
Mª Ángeles Piñero (directora de la Biblioteca Municipal), Antonio Campos (director del monólogo) y Fran Cruz. © Rosario Acal
El alcalde de Carmona, Juan Ávila, abre el acto
© Fernando Romero

PALIMPSESTO 29
© Fernando Romero
Solía repetir el gran poeta venezolano Eugenio Montejo que la poesía es muy anterior al alfabeto y posiblemente lo sobreviva. Esta consoladora idea nos remite a la noche de los tiempos –cuando el fuego y el canto defendían al hombre del miedo a las fieras y a la oscuridad– y nos recuerda que si el arte del verso ha subsistido hasta hoy, pese a tantas convulsiones históricas y concepciones del mundo, debe ser por algo que nos afecta de manera radical, al punto de constituirnos como especie, aunque hayan sido siempre pocos los encargados de pasar de mano en mano, de siglo en siglo, la vela de la poesía y mantenerla encendida para alumbrar nuestras recónditas emociones.
      Así pues, los poetas que se reúnen en este flamante nº 29 de Palimpsesto recogen el testigo de la poesía e incentivan, cada uno a su estilo, su mecha incombustible. Se abre con una exhaustiva entrevista al poeta guatemalteco Humberto Ak’abal, quien nos habla en ella de las creencias de su etnia maya, de cómo éstas nutren de cabo a rabo la dimensión mítica de sus poemas, de la intrincada convivencia entre el k’iche’ (su lengua materna) y el castellano a la hora de componer o del denodado esfuerzo con que fue capaz de salir de la marginación y pobreza extremas, gracias a su amor a los libros.
      En el afán de rescatar importantes autores olvidados, publicamos una muestra de los poemas del peruano Abraham Valdelomar (1888-1919), introducida y anotada escrupulosamente por Ricardo Silva-Santisteban. Valdelomar, pese a su temprana muerte, nos dejó salpicado por sus novelas, cuentos y diarios de la época, un puñado de poemas –ya despojados de los oropeles modernistas de sus primeras composiciones– de gran emoción y belleza formal. Íntimos, sentimentales, son un remanso de sencillez en la rica corriente experimental de la poesía peruana contemporánea. Incluimos también un sentido texto necrológico de su amigo César Vallejo.
      El poeta chileno Omar Lara nos traduce al rumano Geo Bogza (1908-1993), cuyos sorprendentes poemas, de gran carga simbólica y audaces perspectivas, expresan con inusual rebeldía la resistencia del hombre ante el poder totalitario y el paso del tiempo.
      Parecida actitud vital y literaria tuvo el recién fallecido Félix Grande, quien dio hace dos años una entrañable lectura en nuestra ciudad y del que, en su memoria, recuperamos un viejo artículo –desempolvado de uno de sus volúmenes misceláneos— sobre Antonio Machado, deteniéndose en ciertas cualidades éticas y estéticas de su obra, que también son las suyas. Con la reedición de este hondo y enérgico texto, titulado «El olmo seco que florece sin fin», recordamos el 75 aniversario de la muerte en el exilio del gran maestro sevillano.
      Además, contamos en este número con los poemas onírico-religiosos del andaluz José Julio Cabanillas, los de sensitiva lucidez del mexicano Enrique González Parra, los del colombiano Javier Naranjo, de inquietante parquedad introspectiva, y los del joven venezolano Néstor Mendoza, de mirada precisa, expansiva y punzante de la realidad.
      Venezolanos son también Alirio Palacios –artista de gran finura espiritual y amplitud de miras, tanto en dibujo, pintura y escultura– y Josefina Núñez –prestigiosa investigadora de arte–, cuyo delicado texto poético, Caballos, acompaña a una selección de imágenes ecuestres de inspiración histórica y legendaria del maestro Alirio Palacios, con que ilustramos este número.
      Ambos autores, como tantos de su país, nos devuelven esa otra Venezuela que, desde la creación con mayúscula, se opone a la barbarie, al dogmatismo y a la miseria moral.
      El libro de la colección Palimpsesto está dedicado al poeta y cuentista Elkin Restrepo, nacido en Medellín en 1942, quien ha preparado una concentrada antología de su obra poética, para la cual ha escrito un oportuno y bello prólogo, en el que interrelaciona esas experiencias vitales y literarias que le ayudaron a encontrar su mundo expresivo. El cine, la historia, el mito, la vida interior de uno y la de fuera se entrecruzan en pos de alguna verdad vislumbrada, que finalmente nunca es descubierta, pero que nos hace más humanos y receptivos ante el misterio de todo.
      Ojalá que cuando abran por cualquier página este nº 29 de Palimpsesto se reavive dentro de cada uno la remota llama de la poesía.
F.J.C.
© Fernando Romero

La voz humana de Antonio Dechent
por Francisco José Cruz

Es propósito de la revista Palimpsesto, en estos últimos años, aprovechar los actos de presentación de cada número para, según nos enseñaron el espíritu romántico y, sobre todo, ciertos movimientos experimentales de comienzos del siglo XX, descubrir qué hay de poesía en otras manifestaciones artísticas y, en diálogo con ellas, prolongar la dimensión poética más allá del poema mismo.
      Pocos autores más idóneos para ello que Jean Cocteau (1889-1963), cuyo inconformismo creativo lo llevó a todos los géneros literarios, al cine, a las artes plásticas e incluso al ballet, colaborando además, imbuido de las efervescencias vanguardistas de su época, con pintores, músicos y bailarines como Picasso, Stravinsky o Diáguilev. Jean Cocteau consideraba que todo su mundo estético gira en torno a su abarcadora concepción de la poesía, que irriga también La voz humana, el más conocido de sus cuatro monólogos. Escrito en 1930, ha sido llevado recurrentemente a las tablas y a la pantalla por actrices de la talla de Margarita Xirgu, Amparo Rivelles, Ana Magnani, Ingrid Bergman y Sofía Loren, dirigida a sus 78 años por su propio hijo, Edoardo Ponti.
      En la obra, una mujer acaba de ser abandonada por su amante, tras cinco años de relaciones amorosas. La vemos levantarse de la cama para esperar ansiosa una llamada de teléfono de su ex pareja. Todo el acto, de casi una hora de duración, es la conversación entrecortada, compungida, que su protagonista mantiene con su hombre, aunque sólo a través de lo que ella dice y hace en el escenario, los espectadores intuimos qué piensa y expresa la invisible e inaudible persona que está al otro lado del teléfono. La voz humana es un ejemplo de extrema sobriedad teatral, donde ni el decorado ni las palabras apenas subrayan nada –éstas incluso contradicen por momentos los gestos del personaje–, dando pie a silencios y tonos tan significativos que, por sí solos, van mostrando, sin tapujos, toda la gama emocional del desamor, desde la repentina desesperación a la sumisión resignada, pasando por el desgarro, la angustia, la ansiedad o la conformidad momentánea, en una inestabilidad sentimental vertiginosa. En su libro misceláneo El cordón umbilical, escribe Cocteau que este monólogo tentaba a muchas actrices jóvenes y no tan jóvenes a derramar lágrimas y les advertía que «si lloráis, el público no llora». Así pues, La voz humana, por su falta de desarrollo anecdótico en favor de una creciente intensidad, puede considerarse un poema dramático de la escena, donde el despliegue de encontrados sentimientos es su verdadero argumento.
      Antonio Dechent, reconocido actor trianero, de una ya dilatada carrera profesional, ha tenido el gran acierto de transformar en un hombre al único personaje de esta obra, siendo pues el abandonado por la mujer. Este cambio de papeles potencia más si cabe el dramatismo de La voz humana, ya que ni la vida ni el arte nos tienen acostumbrados a presenciar de manera tan descarnada el íntimo sufrimiento sentimental de los hombres. No olvidemos, por si alguien la considera exagerada, que la acción se desenvuelve en la estricta soledad de un dormitorio, donde nadie es testigo de los desahogos humanos y donde las composturas bajan la guardia. En este sentido, conmueve ver a Antonio Dechent dando vida a un ser derrotado, vulnerable, aferrado agónicamente al frágil cable telefónico, máxime si nos acordamos de tantos personajes marginales, duros, sin escrúpulos que ha interpretado. Ya en las modulaciones y matices de su voz –cuya inconfundible gravedad pertenece a la estirpe de Juan Diego, José Sacristán o Fernando Fernán Gómez– están contenidos todos los estados del ánimo. Con ustedes, Antonio Dechent en La voz humana de Jean Cocteau.
Antonio Dechent saluda al público tras su actuación. © Fernando Romero
Carmen Herrera (diseñadora de Palimpsesto), Chari y Fran ante la fachada del Teatro Cererzo.
© Fernando Romero 

De izqda. a dcha.: Jesús Rey, Chari Acal, Fran Cruz, Antonio Dechent, Francisco Hidalgo (director de la Sede Olavide en Carmona) y Antonio Becerra en las afueras del restaurante El Zahorí.© Fernando Romero
Con fieles amigos de Palimpsesto, celebrando el nacimiento de un número más.
© Fernando Romero 

VIDEOS:
Presentación de Palimpsesto 29
©Televisión Carmona

La voz humana de Jean Cocteau. Primeros minutos
©Televisión Carmona

© Karcomen
Carmona, 30 de mayo de 2014