viernes, 26 de octubre de 2012

PREHISTORIA DE FRAN CRUZ por Jesús Aguado


Hace poco, en este mismo lugar, os leí un poema que le tengo dedicado a Fran y que se titula «Para un poeta ciego». Casi nadie entendió, entonces, que el poeta ciego era yo y no él, y que los ciegos somos todos nosotros mientras no nos demos cuenta de algo que a Fran ya no podemos enseñarle y que, hoy por hoy, constituye una de mis obsesiones: que algún día la luz se dejará abrazar. En los versos de Fran la luz no sólo se deja abrazar sino que, de hecho, nos abraza a todos, nos abarca y nos ofrece su cuerpo perfectamente modelado.
      Ahora lo vais a ver, pero esto es lo que hace Fran: modela, antes de decirlas en voz alta, las palabras, las va dando forma hasta que del barro humedecido de sus silencios va extrayendo nubes de paso, ascuas, remolinos, encrucijadas peligrosas, rostros una y otra vez repasados con las manos. Alguna vez se lo he dicho: lo que tú haces, Fran, es doblemente poesía, porque todo poema está escrito para convertirse en sensación y atacarnos la yema de los dedos, envolvernos la lengua con sabores extraños o alzar ríos y valles sobre nuestra piel. Y por eso, no hace mucho, cuando necesité enviarle un poema lleno de todas estas cosas a una amiga, tuve que pedirle a Fran que me lo transcribiera a braille: sobre el relieve de los puntos podría palparme, como en tantas otras ocasiones, y podría concederme con más facilidad la ilusión de que nunca habíamos dejado de estar juntos.
      Fran, alfarero y demiurgo, es, sobre todo, un gran encantador de serpientes: desde Prehistoria de los ángeles, su primer libro, las metáforas han bailado a su son, frenéticas y dulces a un tiempo, reconociendo en él al hermano telúrico y fiel al misterio que siempre ha sido. Esta, su pasión por el demonio que son las metáforas, es su pecado original, el que le arroja del Paraíso, pero también es su justificación como hombre: con él comienza la historia y deja de vivir en el limbo indeterminado de los ángeles.

                   para un poeta ciego
                                                             a Fran

Esta noche pasada me sumergí en el lago
que hay cerca de mi cuerpo cuando duermo.
No me quedé en la orilla, como hago casi siempre
temeroso del frío y la humedad.
Me zambullí de golpe y en cascada,
quebrando las estrellas y los árboles
que estaban acostados sobre el agua y el viento.
Buceé con los ojos abiertos mucho rato
buscando ese tesoro que es estar detenido
en el centro del mundo exactamente.
Mas me acordé de ti, de pronto, y los cerré.
Mi piel se hizo luciérnaga y un vértigo
se apoderó de mí para arrastrarme
al fondo de otro sueño
donde la luz se mira con las manos.
No sé si tú me entiendes:
con los ojos abiertos me asfixiaba.
Más tarde desperté porque la aurora
no perdona a los hombres sin tinieblas.

Texto de presentación a la lectura que Francisco José Cruz dio en la Universidad de Sevilla, el 28 de abril de 1986.