viernes, 6 de mayo de 2011

GONZALO ROJAS EN SEVILLA

Guardo un entrañable recuerdo de mi único y fugaz encuentro con Gonzalo Rojas, ocurrido a mediados de octubre de 2001 en Sevilla, dentro de unas jornadas literarias organizadas por Juan Carlos Marset en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo y dirigida por Pedro Lastra. En aquellos Diálogos con la Poesía participaron María Mercedes Carranza, Antonio Deltoro, Roberto Fernández Retamar y Tomás Segovia, además del maestro chileno, a quien me presentaron el mismo día de su intervención en el almuerzo que tuvimos en el Bar Giralda. Su inmediatez afectiva eliminó los titubeantes preámbulos consabidos y me hizo sentirme a gusto muy pronto. Acogedor y pasional, a la vez ensimismado y atento, su trato contagiaba su fe en la insondable dimensión humana de la poesía , ajena para él a la noción de éxito, palabra que detestaba. Nunca olvidaré su lectura de aquella tarde, en la que, con frecuencia, se detenía a mitad de un poema para reanudarlo después de recalcar algo que podría escaparse a los oyentes por no estar explícito en los versos. Estas interrupciones, chocantes en cualquier otro poeta, no me extrañaron en él, pues me pareció, conforme lo oía, que casaban con su carácter y su idea expansiva de la escritura, en la que materiales de diversas procedencias se amalgaman mediante un ritmo vertiginoso. No en vano, Antonio Deltoro lo denomina poeta de «alta velocidad», en oposición al de «baja velocidad», como es por ejemplo Antonio Machado. Al final de su lectura, ante mi sorpresa y regocijo, me regaló el libro que había estado manejando: una lujosa edición del FCE, que incluye dos discos con su voz cálida y rocosa de caverna primitiva.
Pero mucho antes de conocerlo personalmente, ya publiqué en 1990 poemas suyos en el nº 2 de Palimpsesto, revista que llevamos Chari y yo desde entonces en Carmona. Y algo más tarde escribí un comentario a su brevísimo poema «El espejo», cuyos dos versos (Sólo se aprende aprende aprende / de los propios propios errores) corroboran su título desde el nivel fónico al semántico, a través de las apretadas anáforas, aliteraciones, igualdad métrica y la paradoja conceptual de su mensaje, entre otros sutiles recursos.
En estos últimos años, hablamos varias veces por teléfono con motivo de un incipiente proyecto, Casa de los Poetas de Sevilla, que, junto a otros grandes autores, él avaló incondicionalmente hasta que la ignorancia y mezquindad políticas desmoronaron sus primeros cimientos.
Cuando me enteré de su muerte, no encontré mejor modo de volver a estar con él que escucharlo -en los referidos discos- recitar poemas como «La salvación», «Perdí mi juventud», «Al fondo de todo esto hay un caballo», «Carbón», «Celia», o «Al silencio», que, desde que los descubrí, nutren el fondo de mis emociones
.

Versión ampliada del texto publicado en Anales de Literatura Chilena (Año 12, nº 15, Santiago de Chile, junio 2011).