domingo, 8 de mayo de 2011

EL BUEN MUDAR DE CARLOS GERMÁN BELLI

La obra de Carlos Germán Belli ha desarrollado un vasto y dinámico mundo propio que va de un aplastante sentimiento de insignificancia a una entrelazada plenitud amorosa y espiritual. Tal vez para algún lector coetáneo del poeta que ha seguido uno a uno sus libros conforme aparecían, esta profunda evolución le resultara en su momento inesperada, pues, al menos hasta Por el monte abajo (1966) nada la presagia. Sin embargo, gracias a ella, la poesía de Belli, vista hoy en conjunto, adquiere su carácter abarcador.
Al lado de causas personales, ajenas casi siempre a los lectores, dos procedimientos aglutinantes favorecen, a mi juicio, sigilosa y decisivamente, dicho cambio de actitud ante la existencia: la metamorfosis y el aparente anacronismo del lenguaje. La primera ya alienta en los tempraneros y tenebrosos poemas de Belli, imbuidos de desazón kafkiana:

venid, muerte, para que abandone
este linaje humano
y nunca vuelva a él,
y de entre otros linajes escoja al fin
una faz de risco,
una faz de olmo,
una faz de búho.


“Papá, mamá”, ¡OH Hada Cibernética! (1962)

La ductilidad imaginativa –que del claustro materno al más allá transita por todos los tiempos y los tres reinos naturales– irá minando, poco a poco, el pesimismo a ultranza y la demoledora falta de autoestima, sin que para ello sea necesario renovar las imágenes:

Ahora, al fin ni búho, olmo o risco,
que a costa mía fui mudado ayer,
para poder seguir, y no ser polvo,
en este mundo.

Aunque tan solo fuere breve sueño
aquellas trazas recupero humanas.

“Autorretrato con apariencia humana”,
En alabanza del bolo alimenticio (1979)

Entre ambos poemas –pertenecientes a distintos y distantes libros– hay diferencias emocionales y expresivas. El primero no hace concesiones a la esperanza y está escrito en verso libre; y el segundo sí las hace y se estructura en estrofas sáficas. A partir de Oh Hada Cibernética (1962) Belli adoptó, sin abandonarla ya más, su inconfundible amalgama de registros y recursos retóricos, provenientes de diversas épocas, sobre todo de la barroca, donde arcaísmos, neologismos, pronombres enclíticos e hipérbatos, al convivir con la jerga peruana, frases hechas e imágenes ultramodernas, conforman un intrincado espesor verbal y sintáctico que en ningún caso rebaja la emoción del poema, sino que la potencia, como si la calidad humana de su contenido emanara íntimamente de tan compleja estructura. Por esto, la apariencia anacrónica de este abigarrado estilo refuerza tanto la situación degradada e incluso despersonalizada del hablante como anticipa las pautas para salir de ella. Hasta que Belli no empieza a usar la estrofa regular, con su inalterable distribución métrica, los poemas dominados por el resentimiento y el fracaso –aunque dentro de su tono más propio y de una medida fija– son breves, concentrados, casi constreñidos, acordes con el exabrupto, la queja o el desahogo. La aparición de la estrofa –conductora de un lenguaje cada vez más proteico y rico en paladeables aliteraciones– revela un afán orgánico que, sin modificar de inmediato la visión negativa de las cosas, aumenta la confianza del hablante en sí mismo y, subrepticiamente, amplía la mirada del poema en consonancia con su mayor o menor despliegue formal. Así pues, la amplitud de miras ayuda a descubrir los aspectos positivos de la vida –antes escamoteados por sistema–, sus goces efímeros y, más adelante, coincidiendo con las extensas estancias petrarquescas, el deleite amoroso y espiritual, donde la amada es carnal y celeste a la vez, fruto de una visión deudora de la mística. Este proceso interior, del que el amor es punta de lanza, resulta, como dije, paulatino:

Porque próximos no éramos nosotros,
y en horma yo lucía de cuadrúpedo,
[…]
Mas vos llegasteis al pesebre mío,
y mudado fui a vuestra ufana grey
por siempre recobrando
la faz y el seso humano.

“A mi esposa”, Por el monte abajo (1966)

“A mi esposa” expresa gratitud y reconocimiento, pero hay aún en sus imágenes metamórficas un sentimiento de inferioridad que ya no encontramos en “Del lecho botánico al lecho humano”. De ahí que en él sí se culmina el ansiado encuentro amoroso a través de dos símbolos bucólicos recurrentes en Belli, que dan la vuelta al mito de Apolo y Dafne:

Pero en tanto la rosa piensa muda
en el olmo aquel que de lejos la ama,
[…]
A la par velozmente en un instante
lejos dejan el reino original,
y ya no serán dos marchitas plantas,
pues por amor los pétalos y ramas
principian a ser brazos que se ciñen
por encima de mares y montañas.


“Del lecho botánico al lecho humano”, El buen mudar (1987)

Como ocurre en el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, según análisis de José Ángel Valente, la plenitud amorosa de esta poesía no es sostenida: pasa del deseo insatisfecho al satisfecho, de las ansias inflamadas al éxtasis y viceversa.
Este vaivén anímico no desaparece nunca de la poesía de Belli, pero alcanzada la transformación espiritual, incluso los poemas más desengañados mantienen un fondo compasivo y paciente que los distinguen del nihilismo, la ironía corrosiva y el humor negro de sus libros iniciales. En dicha conversión interior –que va de la intrascendencia a la trascendencia– los temas y los símbolos tópicos de este mundo poético, como el bolo alimenticio o el Hada Cibernética, sin dejar de ser centrales, adquieren un sentido ambivalente de carencia o placer según los casos. De ahí que los poemas de madurez hagan constantes guiños a los de juventud en pos de una indeleble unidad y de una suerte de propósito de enmienda que es también esta obra. Así, las formas poéticas que antes subrayaban la marginación del poeta por sonar anacrónica, ahora refrendan su fe, al venir de la época religiosa de nuestra tradición por antonomasia. Estas recreaciones de determinados esquemas clásicos –que suponen una vuelta de tuerca y una llamada de atención crítica sobre la progresiva pérdida de significación formal del poema– separa la obra de Belli de la de compañeros de su generación como Blanca Varela, Jorge Eduardo Eielson o Javier Sologuren, aunque comparta con ellos su afán renovador y sus comienzos vanguardistas, cuya impronta está dentro de algunos de sus mecanismos expresivos, y justifica su atrevida decisión de volver hacia atrás.
Gracias a esta dimensión abarcadora, en consonancia con las implacables paradojas del destino, la poesía de Carlos Germán Belli está a la vez dentro y fuera de nuestro tiempo. Por ello, sus hospitalarias estrofas, cerradas como entrañables refugios contra los embates de la vida, nunca nos dejan solos ante las eternas incógnitas.




Prólogo a Los poemas elegidos de Carlos Germán Belli (Pre-textos, Valencia, 2011).